sábado, 10 de julio de 2010

QUINTO SINTOMA:

Egocentrismo, autosuficiencia neurótica, mal manejo de la agresividad y tendencia a la omnipotencia


Dime de lo que presumes y te diré de qué careces
Algunos alcohólicos tienen una enorme necesidad neurótica de compensar un sentimiento de inferioridad y
minusvalía que los conduce a una conducta de querer llamar la atención, es por ello que buscan el efecto del
alcohol para convertirse en sujetos presumidos, jactanciosos, exhibicionistas y fanfarrones. Cuando dejan de
beber y persiste el complejo de inferioridad, se vuelven narcisistas, soberbios y omnipotentes, síntomas
típicos de borrachera seca.

Una de las características psicológicas que con más frecuencia se presenta en la estructura de personalidad
del adicto es el llamado complejo de inferioridad o minusvalía. Este consiste en un persistente sentimiento de
sentirse menos que los demás. La minusvalía es el resultado de experiencias desafortunadas en los primeros
años de vida, donde las necesidades de afecto y aceptación no fueron satisfechas adecuadamente
provocando una falta de autoafirmación en sus cualidades y potencialidades, dando lugar a una persistente
inseguridad y falta de confianza en sí mismo.

Todo lo anterior provoca un evidente desequilibrio en la vida del individuo quien, inconscientemente, trata de
compensar sus situación para recuperar el equilibrio perdido. Este fenómeno recibe el nombre de
sobrecompensación y es un mecanismo de defensa psicológico de la personalidad.

La ley del todo o nada: el extremista

Las personas que utilizan la sobrecompensación tienden a ubicarse en el otro extremo. Son extremistas. Esta
es una característica típica del adicto y, en especial, del alcohólico. Por ejemplo: Muchos alcohólicos son
tímidos e introvertidos, pero después de consumir tres o cuatro tragos de licor se vuelven atrevidos, locuaces
y extrovertidos. Es decir, transitan de un extremo al otro y, para lograrlo, utilizan el alcohol como una muleta
emocional. El cobarde se vuelve valiente, el tímido, audaz, el que siempre es callado e inexpresivo se torna
hablantín y se atreve a decir lo que verdaderamente siente y piensa (Solo los borrachos y los niños dicen la
verdad); el que es inhibido con el sexo opuesto se torna desinhibido y hasta atrevido, y aquel que se había
callado sus resentimientos y por temor no los había expresado, con unos tragos de más, los grita a voz en
cuello en la propia cara de la persona a la que, estando sobrio, no se había atrevido a decírselo. Se van de
un extremo a otro, les cuesta trabajo situarse en el justo medio.

A propósito de esta tendencia a la sobrecompensación y a ser extremistas, Bill W., el co-fundador de AA,
refiere en su libro AA llega a su mayoría de edad, (pp.55-56) lo siguiente: "En mi adolescencia tenía que ser
atleta porque no era atleta. Tenía que llegar a ser músico porque no podía entonar la más simple melodía.

Tenía que ser el presidente de mi clase en la escuela. Tenía que ser el primero en todo porque en mi
perverso corazón me sentía la más insignificante de las criaturas de Dios. Yo no podía aceptar esta profunda
sensación de inferioridad, y por lo tanto logré convertirme en capitán del equipo de béisbol y aprendí a tocar
el violín. Esta exigencia de todo o nada fue lo que más tarde me destrozó".

En la experiencia anterior referida por Bill W. Se puede apreciar cómo esa profunda sensación de inferioridad
que describe el co-fundador de AA lo lleva a ser un individuo extremista, desarrollando esa exigencia
neurótica del todo o nada.

El egocéntrico: de la histeria a la paranoia

El egocentrismo es la necesidad neurótica de ser siempre el centro de atracción. La necesidad de ser
admirados y aplaudidos por los demás. Siempre quieren tener la razón y no saben escuchar al otro.

Evidentemente una necesidad enferma, consecuencia de su temor a no ser aceptados, a ser rechazados por
los demás, de no ser tomados en cuenta. El ser egocéntrico no es más que una consecuencia de esta
sobrecompensación al complejo de inferioridad. Por eso, la necesidad de destacar en todo, de ser siempre el
primero, de llamar la atención o, en otras palabras, la necesidad de ser en las bodas la novia y en los
entierros el muerto.

La psiquiatría define el egocentrismo como una disposición mental que mueve a los individuos a referirlo todo
a ellos, y a no abordar los problemas que se les plantean sino desde su punto de vista estrictamente
personal, con menosprecio de los intereses vecinos o del interés general. Estos sujetos carecen totalmentede sentido altruista.

Tal sentimiento se encuentra bastante a menudo como simple egoísmo, pero también puede revestir formas
insólitas, y a veces patológicas y peligrosas. Por eso conviene recordar algunos aspectos psiquiátricos de
esta inclinación del ánimo.

En grado menor (y aquí se encuentran incluidos una buena parte de los adictos) este egocentrismo se
manifiesta en débiles, vanidosos, desequilibrados, mitómanos, habladores o fanfarrones. Ciertos histéricos
que se desbordan en manifestaciones tumultuosas y espectaculares, no tiene otro móvil que el de atraer y
retener sobre ellos la atención y la piedad de sus allegados. Otro aspecto de estas variedades morbosas las
podemos apreciar frecuentemente en complicaciones psicóticas del alcohol y las drogas que presentan
cuadros megalomaniacos con estas características.

En casos de patología mental más severa, el egocentrismo es uno de los elementos fundamentales de la
mentalidad del paranoico y del reivindicador, que persiguen con obstinación incansable lo que consideran
como su derecho; a menudo, a la sobreestimación del perjuicio que dicen haber sufrido se añaden orgullo,
desconfianza y agresividad, y ello los induce en ocasiones a reacciones antisociales (imposiciones injustas,
comportamientos abusivos, etcétera) que los convierte en personas conflictivas y antipáticas.

Por eso se dice que el alcohólico y el adicto en general, tienen una doble personalidad. La primera, cuando
están sobrios y la segunda, cuando están intoxicados. Pero parece ser que al alcohólico le gusta más la
segunda, esta falsa personalidad que adquiere cuando se emborracha, porque se comporta como a él le
gustaría comportarse siempre.

Resumiendo; un buen número de alcohólicos (y de drogadictos) tienen antecedentes de privación afectiva y
falta de afecto en sus años claves de la infancia, que les provoca un intenso sentimiento de inferioridad y
minusvalía con disminución de la autoconfianza y una nula autoestima. Como consecuencia de lo anterior
desarrolla mecanismos de defensa psicológicos de sobrecompensación que los lleva a un egocentrismo
neurótico, con mucha necesidad de llamar la atención y para eso recurren a la muleta emocional
representada por el alcohol y/o las drogas que les proporciona una segunda personalidad y que les permite
compensar todas sus carencias (al menos mientras permanecen ebrios) y en la cual brincan de un extremo al
otro.

Del egocentrismo al perfeccionismo

Ahora bien, ¿qué pasa con estos alcohólicos exhibicionistas, jactanciosos, fatuos, fanfarrones y con fantasías
de grandiosidad cuando dejan de beber? Los que trabajan bien en su crecimiento emocional (mediante su
programa de 12 pasos, de una psicoterapia profesional o con ambas) logran paulatinamente una mayor
seguridad y autoafirmación, mejorando su autoestima y logrando un mejor equilibrio emocional,
disminuyendo las tendencias egocéntricas y desapareciendo las conductas sobrecompensatorias. Pero
muchos otros, a pesar de que ya no beben ni consumen drogas, persisten en este egocentrismo que los hace
caer en otro tipo de conductas compensatorias, igualmente neuróticas, como el perfeccionismo, la
autosuficiencia neurótica y, el más grave de ellos, la omnipotencia.

Muchas esposas o hijos de miembros de AA se quejan de que su familiar, aunque ya no consume alcohol ni
drogas, se ha vuelto una persona muy perfeccionista, exigente, que todo lo ve mal y que sólo se dedica a
criticar y a corregir a todo el mundo. Una esposa de alcohólico se quejaba de que su marido, aunque lleva
casi tres años sin beber, se había vuelto una persona eternamente malhumorada y amargada, que ya no
quería ir a fiestas, que dejó de frecuentar a sus amigos y que fuera de su trabajo se la pasaba eternamente
encerrado en su casa regañando a sus hijos y criticando todo aquello que, según él estaba mal hecho. Este
es un caso típico del alcohólico que brinca de un extremo al otro. Cuando se emborrachaba era
desordenado, llegaba tarde a casa, no cumplía con sus responsabilidades y descuidaba sus aseo personal.

Hoy en cambio, que no bebe y que asiste a un grupo de AA, ha desarrollado todo ese perfeccionismo rígido y
moralista que ya describimos. Esta incapacidad para llegar a un justo medio, es un claro síntoma de
borrachera seca que sigue provocando sufrimientos a los que conviven con el alcohólico. Aunque ya no bebe
sigue sin vivir ni dejar vivir. Muchos de estos familiares de alcohólicos llegan a desear que su familiar vuelva
a beber porque ahora las cosas se han vuelto más difíciles y desagradables que cuando bebía.

Dicen que los perfeccionistas están llenos de presunción porque se imaginan que han logrado alguna meta
imposible, o se hunden en la autocondena por no haberlo hecho.

El perfeccionismo no es más que otro mecanismo de sobrecompensación del alcohólico que ya no toma o del
adicto que ya no consume. En su yo interno sigue pensando que son menos que los demás, que valen muy
poco, que siguen siendo culpables, que no están perdonados, que no tienen habilidades o capacidades.

Entonces, tratan de compensarse volviéndose perfeccionistas.

El perfeccionista es irracionalmente severo consigo mismo para calificar su propia conducta, pero es
igualmente severo al juzgar la conducta de los demás. Esto tiene implicaciones importantes para los
perfeccionistas que militan en un grupo de Alcohólicos Anónimos o de Narcóticos Anónimos. Este tipo de
perfeccionistas casi siempre caen en la situación de "ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo".

Siempre están criticando la conducta de los demás. Continuamente condenan las imperfecciones de los otros
y se vuelven unos expertos en aconsejar a los demás. Mientras más critican y más condenan a los demás,
más buenos se sienten ellos mismos y terminan por creerse dicha mentira. Estos alcohólicos en recuperación
se vuelven unos auténticos fariseos que se desgarran las vestiduras ante las imperfecciones de sus
compañeros de grupo y se convierten en verdaderos inspectores de la conducta de los otros y, al
mismo tiempo, van desarrollando una creciente incapacidad para la autocrítica y se sienten agredidos cuando
alguien los critica, los corrige, los descubre o les dice sus verdades.

Convertirse en el inspector de la conducta de los demás no es más que un mecanismo de evasión de la
realidad: "Prefiero juzgar y condenar la conducta de otros que la mía propia". Este mecanismo de
negociación de las propias debilidades es progresivo y hace caer a la persona en lo que se llama la
autosuficiencia neurótica. Este fenómeno provoca que este tipo de adictos en recuperación crea que no
necesita ayuda de nadie más que de ellos mismos. Rechazan cualquier tipo de ayuda. A ningún compañero
de su grupo lo consideran suficientemente preparado para que sea su padrino y prefieren no tener ninguno. A
los sacerdotes los considera demasiado alejados de la realidad terrenal para poder ayudarlos. A los médicos
y, especialmente a los psiquiatras, los califica de ignorantes en lo que concierne al alcoholismo y las
adicciones, y de no saber nada del programa de AA y, por tanto, también rechazan su ayuda. Esta
autosuficiencia neurótica los lleva a la soberbia, a la hipocresía, a proyectar una imagen falsa de si mismos y
a convertirse en "farol de la calle y oscuridad de sus casa".

La autosuficiencia neurótica es una forma de soberbia intelectual que encubre un gran miedo a enfrentarse a
uno mismo. Así como cuando al alcohólico activo se le invitaba a un grupo de AA y no quería ir, la respuesta
invariable siempre era: "No, muchas gracias, yo sé que cuando decida dejar de beber, lo podré hacer sólo".

Esta es una forma de autosuficiencia neurótica con relación a su realidad alcohólica. Sin embargo, cuando
finalmente se acepta la derrota y se admite un tratamiento, y se logra dejar el alcohol y/o las drogas, las
persona continúa con esa autosuficiencia neurótica, pero ahora en relación con su realidad no alcohólica,
porque, como mencionábamos párrafos arriba, tiene mucho temor de enfrentar su verdadera realidad que no
acepta, porque se aleja mucho de lo que él, por mecanismos sobrecompensatorios, cree de si mismo.

Este temor que el alcohólico tiene de enfrentarse a sí mismo tiene también su origen en la infancia ya que,
seguramente, vivieron cosas temibles, pasmosas, dolorosas y frustrantes que forzaron a emplear
mecanismos defensivos de represión emocional como un medio de hacer la vida más tolerable. De esta
manera, el futuro adicto va aprendiendo con demasiada rapidez a evadir estas pesadillas existenciales.
Para
poder sobrevivir se habitúan a hacerse los indiferentes a este tipo de realidades dolorosas, revistiéndose de
un escudo de negación para evitar el dolor psicológico de su propia realidad que, desde luego, no aceptan.

Orgullo, soberbia y omnipotencia
Dice Bill W. que el defecto de carácter que encabeza a todos es el orgullo. El orgullo general la soberbia y la
soberbia desemboca en la omnipotencia. Estos tres rasgos de conducta son, sin duda los que mayormente
agobian al adicto en recuperación y constituyen un formidable obstáculo para alcanzar la sobriedad.

El orgullo, desviación instintiva del sentimiento de la personalidad, consiste en la sobreestimación por el
individuo de sus virtudes reales o supuestas.

En el orgullo, la hipertrofia del yo persuade sinceramente al sujeto de sus derechos a la estimación y al
reconocimiento de los demás.

En el proceso de recuperación del adicto, el orgullo interfiere con una sana adaptación social. Se manifiesta
habitualmente por intolerancia, tiranía, despotismo y abuso de autoridad en todos los terrenos de la vida (en
su familia, en su trabajo y en su grupo de autoayuda).

La altanería y la hostilidad despectiva son las dos características del orgullo que hacen del individuo que lo
padece, un individuo antipático y odioso, aunque sea un hombre inteligente y hasta genial.

Hijas del orgullo son la vanidad y la soberbia. En ellas residen el germen y el núcleo de la megalomanía, el
motor primitivo de la ambición y uno de los elementos de la constitución paranoica. Es un terreno de elección
para el recelo, la desconfianza y las ideas de persecución.

Se puede leer en el Doce y doce (p. 51): "La soberbia es la fuente primordial de dificultades para los seres
humanos, el obstáculo principal a todo progreso. La soberbia nos induce a imponernos a nosotros, o a los
demás, exigencias que no pueden cumplirse sin violentar o abusar de los instintos que Dios nos entregó.

Cuando la satisfacción de nuestros instintos sexuales, de seguridad y de sociedad se convierte en el objetivo
primordial de nuestras vidas, aparece la soberbia para justificar nuestros excesos". Y en el mismo libro (p. 49)
se lee la siguiente sentencia: "Quienes están dominados por el orgullo se ciegan, inconscientemente, a sus
propios defectos. Estas personas no necesitan que se les levante el ánimo, si no que se les ayude a
descubrir una brecha por donde pueda brillar la luz de la razón, a través de la muralla que su ego ha
construido".

Muchos miembros de AA, cobran un prestigio bien ganado de tener un gran conocimiento de la literatura de
AA, de ser grandes oradores en la tribuna y tener un gran ascendiente sobre los nuevos miembros que llegan
al grupo. Lamentablemente, si estas personas se han infectado del virus del egocentrismo, la soberbia y la
omnipotencia, pueden causarle mucho daño al grupo pues se convierten en tiranuelos que siempre quieren
tener la razón y se sienten agredidos y atacados cuando alguien los objeta o los contradice. Este tipo de
personas suelen atacar con particular vehemencia a otros miembros del grupo que empiezan a
distinguirse entre los demás, pero que no piensan como ellos. También suelen ser eternos críticos de
personas, que sin ser miembros del grupo, tienen autoridad moral para influir en él, tal es el caso de
sacerdotes, médicos o psicólogos que son exhibidos por estos tiranuelos por su desconocimiento del
programa u otras fallas. Esta indignación virtuosa no es más que una forma farisaica de manipular a los
demás para seguir adheridos a esa necesidad neurótica de poder generada por omnipotencia. ¡Borrachera
seca pura!

La expresión máxima del orgullo es la omnipotencia. La omnipotencia puede ser definida como el
desbordamiento de un ego hipertrofiado que engendra una deformación de espíritu, produciendo un ser
narcisista, convencido de que es el dueño de la verdad, que la razón sólo le pertenece a él que su razón es la
única que existe en el mundo.

El omnipotente crea sus propias verdades, porque no puede distinguir entre lo que es real y razonable y lo
que es una falacia nacida de la sinrazón. El omnipotente obedece siempre a los impulsos de sus instintos y
nunca a los lineamentos de su sabiduría, ya que la sabiduría, siendo un atributo de la conciencia no puede
penetrar en este individuo, porque sus acciones y pensamientos solo alimentan el ego y no el espíritu, y
porque dichas acciones solo son producto de la sinrazón.

Dignidad, amor propio y autoridad moral

La contraparte del orgullo es la humildad. La humildad genera virtudes de sobriedad tales como la dignidad y
el amor propio lo que lleva al desarrollo de una autoridad moral. La autoridad moral constituye la cualidad
ideal del líder. El omnipotente ejerce una autoridad irracional, el que posee autoridad moral ejerce una
autoridad racional. El omnipotente es obedecido porque se le teme, el que tiene autoridad moral es
obedecido porque se le respeta. El omnipotente es arrogante, el poseedor de la autoridad moral es digno. La
arrogancia es hija de la soberbia, la dignidad es hija de la humildad. El amor propio no es más que una forma
de respeto a los propios valores y a las convicciones personales. El amor propio es síntoma de un alta
autoestima personal.

Cuando no se crece emocionalmente, los primeros éxitos de la abstinencia pueden llevar hacia el tortuoso
camino del orgullo , la soberbia y la omnipotencia. El crecimiento emocional más una abstinencia prolongada
conducen necesariamente hacia el desarrollo del amor propio y la dignidad, lo que confiere a la persona en
recuperación un alto grado de autoridad moral.

Terminamos con esta frase de San Agustín: "Admitamos nuestras imperfecciones para que podamos
empezar a crecer hacia la perfección".

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